Entre los pecados mortales son más graves y funestos los pecados contra el Espíritu Santo y aquellos que claman venganza delante de Dios. El homicidio voluntario es uno de los cuatro pecados que claman venganza delante de Dios y particularmente execrable es el infanticidio. Mientras que los pecados contra el Espíritu Santo van más directamente contra el mandamiento de amar a Dios, aquellos que claman venganza delante de Dios van más directamente en contra del mandamiento de amar al prójimo, al cual se daña de distintas formas: ora quitándole el bien supremo (la vida, con el homicidio voluntario), ora impidiendo que este bien se propague (el pecado impuro contra natura) o bien haciéndole difícil e insoportable la vida (oprimiendo al pobre y defraudando la justa recompensa de quien trabaja). Estos pecados son odiosos y causan más castigos por parte de Dios que el resto, puesto que Dios defiende al inocente, al débil, a los oprimidos y a los perseguidos (cfr. P. Dragone, Catechismo di san Pio X). Se dice que estos pecados “claman venganza delante de Dios” porque las almas de los justos piden venganza directamente delante del Trono del Padre de la justicia. Particularmente en las sociedades hostiles al mensaje cristiano, como en todos los lugares donde la política y las “iglesias” rechazan la Realeza Social de Cristo, estos pecados que claman venganza ante Dios son incentivados si es que no son impuestos por los mismos gobiernos, cuyos impenitentes representantes padecen ya en esta vida los castigos de Dios por su propia soberbia y mezquina existencia, recibiendo después en la otra vida la eterna condenación en la Gehena. La vida es el mayor don natural que Dios ha dado al hombre y sin ésta no es posible de disfrutar de cualquier otro don. Privar al prójimo de la vida con el homicidio voluntario significa privarlo del mayor bien y hacerle el máximo daño. Dios, único dueño de la vida y de la muerte, hace suya la defensa de las víctimas, esto es inocentes, y hace cumplir su venganza. La Sagrada Escritura nos muestra cómo la sangre del inocente Abel, asesinado por Caín, clama venganza ante Dios contra el homicida (Gen. IV, 10, Ibid.). La blasfemia, el homicidio y el suicidio son actos que incluyen en sí mismos tal malicia y repugnancia a la ley de Dios siendo materia gravísima. Sin embargo, la gracia perdida con el homicidio incluso se puede recuperar con una buena y verdadera confesión sacramental. El rey David fue culpable de homicidio y adulterios, mas confesando su pecado, habiéndolo llorado y hecho penitencia obtuvo el perdón de Dios (v.II Reyes XII, 1-13). Recuerda Santo Tomás de Aquino que “en ningún caso es lícito matar un inocente”, y añade: “Quien mata a un justo peca gravemente: 1) Porque perjudica a alguien a quien debe amar más 2) Porque infiere injuria al que menos la merece 3) Porque priva a la sociedad de un bien mayor 4) Porque desprecia más a Dios.” Y prosigue: “En cuanto al verdugo o agente del juez que ha condenado al inocente: si la sentencia contiene un error intolerable, no debe obedecer”. El pequeño Alfie Evans ha muerto porque le fue negada la asistencia médica necesaria para su salud y a los jóvenes padres, Tom y Kate, se les impidió legal y físicamente trasladar a su pequeño, gravemente enfermo, a un hospital dispuesto a curarlo y no a matarlo. La responsabilidad de los instigadores y de los ejecutores es evidente. Alfie Evans, que ya estás en el Paraíso porque recibiste el bautismo de la Iglesia Católica, ruega por nosotros y por tus asesinos.
di CdP - Trad. es. Albert Navarro
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